miércoles, 29 de julio de 2009

Tadzio y el hombre.



Entonces Tadzio miró sobre su hombro, sí, ahí estaba aquel hombre mayor de mirada profunda y brillante, pero melancólicamente herida. Parece como un perro apaleado, pensó el chico.

Aquel joven débil y de sonrisa fácil no le tomó importancia al asunto, ¿acaso algún niño le toma más importancia a la mirada de un hombre triste, que a los juegos y risas con sus amigos?

Pero aquel extraño hombre persistió… Y su mirada, pasó de ser una curiosa entonada, a una sutil admiración. Entonces Tadzio comenzó a notar a aquel hombre, que parecía venerarlo con cada pestañeo que emitían sus ojos vidriosos.

Se encontraban en las noches calurosas de las cenas del hotel, se miraban para saludarse, y luego nada más, el recato siempre presente. A veces, se encontraban en el ascensor común, entonces Tadzio sentía aquella mirada barrer la curva de su cuello, acariciar la seda de las sortijas de su cabello, y darle un delicado beso en los pétalos de sus labios.

En ningún momento Tadzio se sintió perturbado, no había malicia en aquellos ojos lunáticos, no había suciedad ni pecado, ni sodomía ni iglesia. Había simplemente una profunda admiración, un amor pacífico de celo. Porque aquel hombre mayor mantenía su mirada vigilante, con recelo del sol que intentaba quemar la piel de marfil del muchacho. Cualquier peligro natural o antinatural que atacara al joven era enemigo del hombre, que lloraba todas las noches, por la belleza de Tadzio.

Una tarde, Tadzio jugaba alegre junto al mar con un amigo, su cuerpo largo y elástico provocaba el platinado chapoteo del agua salada. El hombre mayor se sentía rebosante de contemplación de tal cuerpo humano, cuando intempestivamente un dolor agudo lo aquejó. Una gota de sangre le escurrió por la frente como si fuera sudor, sus ojos se nublaron poco a poco, y se quedó con una última visión. Era Tadzio apuntando con su índice el ocultamiento del sol. Y murió tranquilo, sumido en un sueño de amor y fascinación.

Tadzio, que nunca se había acercado mucho al hombre, por fin lo hizo. Primero le tomó la mano algo descolorida, luego le depositó un beso en la palma, y por último, le susurró al oído unas palabras dedicadas a él, sólo a él. Unas palabras tan hermosas y únicas, que ni siquiera puedo escribirlas.


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Me he dado el lujo de subir tantas fotos porque siento que este personaje lo ameritaba, llamado en su tiempo “el más hermoso niño del mundo”, fue el actor de la película de Visconti “Muerte en Venecia”. No he tenido la suerte de ver aquella película en español, simplemente algunas partes en italiano. Eso sí, el pequeño libro de Thomas Mann, con el mismo nombre que la película, me lo devoré.

Debo admitir que tengo una fascinación tremenda con este par, el amor ocultamente arrebatador del hombre mayor por el joven hermoso. No es un amor hacia el cuerpo masculino, sino hacia el estado de la belleza pura y natural del joven.

tenía esta tremenda necesidad de escribir sobre algo dulce con notas agudas, entonces encontré una melodía de Sade "pearlas" y la imagen fugaz de este niño hermoso se me vino a la cabeza, y tuve que escribir casi como si no fuera yo la que lo hacía, sino una fuerza externa.

lunes, 13 de julio de 2009

El ciego la amaba

Y la amaba tanto...

Le gustaban tanto sus labios, eran carnosos y con forma de corazón. Pero sólo porque a Alberto le gustaban y eso dejaba su espíritu tranquilo.

Alberto en verdad no podía definir la verdadera naturaleza de ella, era ciego de nacimiento. Pero al menos pudo conocer sus labios una tarde en que los delineó con sus dedos, conoció su rostro a través de sus manos suaves, como de pianista, decía ella.

Caminaban por la Plaza de Armas tomados de la mano. Alberto la llevaba con tanto orgullo, nunca había amado a una mujer, nunca se lo había permitido antes.

Ella le tomaba la mano con recelo, esperando que la gente los mirara raro, caminando con cautela y en espera de algún comentario mordaz, típico de nosotros los Chilenos.

Ella lo amaba tanto… Deseaba con toda su alma darle una linda familia a Alberto, y por eso, lo abandonó.

Porque en la vida real, ella era él, y los travestis no pueden tener hijos.


miércoles, 1 de julio de 2009

Sádica.

Me miró con ojos tristes. Noté que se volvía más ojerosa, mas ahumada, más augusta en su hablar. Se contenía un poco, sabía que tenía que elegir las palabras con pinzas, porque ciertas frases estaban vetadas, podían hacerla llorar.

- Ya sabes, tenemos que hablarlo.

- ¡Y qué quieres saber! ¡Perra, perra, perra!

Su odio era culminante, pero me fascinaba. Algo tienen las palabras fuertes que logran cautivarme. Todo su cuerpo temblaba, sus labios apretados denotaban la furia de sus palabras acusantes, entonces yo era la perra, y ella con sus labios y con su lengua, me condenaba.

- ¿Tú, me dices perra? Entonces, te lo agradezco.

Me miró extrañada, confundida de mis palabras dictadas casi con honorabilidad.

- ¿Eres una maldita sádica?

Preguntó, ¡Cuánta razón! Que clara tenía ella mi forma de ser… Sádica, que hermosa palabra que escucho y que logra estremecerme. ¿Acaso no hay realidad y verdad en el dolor? No hay nada más sincero que una lágrima con pena, que un grito con furia… Nada más verídico que una marca de colilla de cigarro apagada en un muslo.

- Sí, lo soy… Por eso estoy contigo.

Me miró de frente, a punto de golpear mi mejilla con una bofetada. Me temblaron las piernas, ¡Golpéame por favor!

Pero no me golpeó, aquello me dolió más, me sentí traicionada.

- No puedo seguir lastimándote por capricho tuyo.

- ¡No, no es eso mi amor!

- No, ¡Cállate! Escúchame alguna vez en tu jodida vida pendeja de mierda, no continuaré en esto. ¿Sabes por qué? Bueno, muy sencillo querida, golpearte no me produce placer.

- ¡Puedo cambiar! ¡Quédate!

- Ya madura.

Se fue dando un gran portazo. Aquel portazo me quedó como un beso de despedida. Incluso a veces, cuando la extraño, entro a mi pieza dando grandes trancos y sello con un portazo descomunal, es fantástico porque, me transformo en ella, y me golpeo frente al espejo para ver mi rostro algo magullado de su amor ausente, ¿Estarás golpeando a alguien más, amor mío? ¡Qué ojalá no sea así! Únicamente yo, merezco y debo ser golpeada por ti.











No, no soy yo la sádica, este texto es sólo una locura del momento, cosas extrañas rondan mi cabeza estos días, necesito huir lejos donde la cultura no podrá tocarme, a un lugar donde esté todo permitido.