miércoles, 30 de diciembre de 2009

De la historia de una tarde y el comienzo de la noche. (lo que en verdad pasó)


Todo comenzó con un leve beso en los labios. Uno para mi amiga C, otro para mi amiga Y, y por último uno para mi amigo P.

Locura, Locura Locura mientras el alcohol corría vivo por nuestras venas, calentándonos un poco más de lo permitido.

Jueguemoss entre nosotras, amigas, el amigo P ya no era muy interesante..

¿Vamos al baño?

Vamos, manos entrelazadas, pasos apresurados, unas niñas haciendo travesuras de grandes.

Si tú la besas yo también la beso.

Un abrazo, dos, tres, seis entre las dos.

La amiga Y temía por la amiga A.

Yo la convencí, con la amiga C.

La luz se apaga, la pasión se enciende.

Un dulce secreto, las amigas se besan con descaro.

Se prende la luz, los labios se despegan.

Un, dos, tres, le toca a la otra amiga también.

Bésenme, bésenme y que todo quede ahí.

La amistad no se manchará por un poco de saliva en otros labios.

Salimos porque hace rato parece que esperan el baño, y también, para que nadie pueda sospechar.

Tres en un baño pequeño, oscuro, lujurioso, salen arrancando muertas de la risa, aparentando preocupación por el ebrio que se recupera en el sillón.

Luego, la carrera indómita en el auto.

Abrochar los cinturones, que unos cuantos besos le ponen la guinda a la torta de una tarde tan entretenida.




¿Te gustó mi relato, Angela?

Así sucedieron las cosas. No hay más por debajo que una linda amistad. Así que no seas exagerada, que yo no he tocado nada de tu propiedad. No actúes como niña caprichosa.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Caigo, caigo y caí

En un momento, me abrazaste con más fuerza que yo.
En ése instante tu lengua, como una serpiente, ahondó en mi boca.
Me sorprendí un poco, pero tampoco me detuve.
Caigo, caigo y caí

Boca femenina… Barbilla suave como piel de durazno…

Caigo, caigo y caí.
Ya no importa nada, nada más que el dulce aroma del perfume que envuelve el lugar.

domingo, 20 de diciembre de 2009

El amor de una mujer

cuento incompleto.


Él dijo que podía morir como un perro. Que él no pagaría nada para que yo sobreviviera. Que como había atentado ante el plan a Alá, ahora mi destino quedaba en sus manos…

Se fue, así sin más me abandonó en el hospital. Su madre no podía contradecirlo. Ambos se fueron en pasos rápidos, huyendo de la situación deshonrosa.

Comencé a recordar lo que me había llevado a intentar suicidarme con fuego.

A los siete años me pusieron frente al hombre que debía ser mi marido. Mi padre me cambió por cincuenta ovejas. Yo era inexperta, mi madre jamás me instruyó en la sexualidad… Mi primera noche de bodas será por siempre mi trauma. Él me llamó a su lado, intentó tocarme y yo me rehusé. LA violación fue inminente. Sangré por tres días debido a la brutalidad de la penetración.

Ahora tengo veinte años, mi vida no ha sido dulce como yo pensaba y jugaba con mis amigas antes de casarme… Todas esperábamos amar a nuestros esposos… Quizás no sea la única que intentó el suicidio. Alá me castigará… Alá no quiere a las mujeres como yo.

Entonces, cuando pensé que moriría en el hospital. Apareció la madrastra de mi marido.

- Me haré cargo de ti. No, no pienses que es por obligación, tengo algo de dinero y pagaré todo lo que necesites. Todo para que puedas recuperarte y volver a sonreír.

Pagó la factura del hospital y compró los medicamentos. La mitad de mi cuerpo, incluyendo mi cara, estaba desfigurada.

Ella me mantuvo en su lado de la casa, con el poco poder que tenía ella mantenía a resguardo a mi esposo, del cual yo planeaba separarme, por muy peligroso que fuese hacerlo…

La madrastra de mi esposo, una mujer de la que no conocía otra cosa que sus ojos y la calidez de sus manos, me cuidaba con esmero.

Al abrir los ojos era lo primero que veía. Me traía el desayuno y me ayudaba a comerlo. En silencio. Yo veía el movimiento de sus delgados dedos… Me ayudaba a curar la piel quemada, aliviaba mi sufrimiento mientras me acariciaba el cabello. Sin darme cuenta me fui acostumbrando a su silenciosa presencia y a la suavidad helada de sus manos.

Para cuando mis cicatrices cerraron, su presencia ya era vital.

Mi esposo, volvió por mí al cuarto de ella. Yo estaba tapada por completo, no deseaba que nadie viera las terribles quemaduras de mi cuerpo. Por eso más que nunca usaba el traje tradicional, incluso en la casa.

Me miró y violentamente trató de quitarme el traje, como yo no tenía muchas fuerzas lo logró. Me vio la mitad del rostro desfigurado, la mitad del cuerpo horrorosamente quemado.

- Tuviste el castigo que te mereces…

Luego de decir esto, quiso golpearme, pero su madrastra llegó y lo detuvo. No sé porqué la respetaba tanto. Quizás ella había sido la predilecta de su padre.

- Está bien, él no volverá a este cuarto, tranquila. –me dijo ella, mientras me estrechó en su brazo. A mí me llenó un profundo sentimiento de paz.

Mis cicatrices por fin cerraron, las quemaduras habían dejado de arder, y mi esposo parecía un fantasma.

Ayesha. Así se llamaba la madrastra de mi esposo. Una mujer pulcra, que apenas decía unas cuantas palabras y que mantenía su cuerpo muy cubierto por el traje tradicional. Yo de ella no conocía otra cosa que sus manos y sus ojos negros.

Un día ella me encontró dándome un baño, asustada, no de su presencia sino de mi aspecto, tomé unos pañuelos y me cubrí. Ella se acercó y me los quitó suavemente.

- No escondas tu belleza. –dijo.

- Lo dices para hacerme sentir mejor.

- Jamás, por Alá que no he conocido mujer más hermosa que tú.

Dijo, para luego tomar los paños y bañarme ella. Yo me recosté en el agua, sintiendo sus manos por todo mi cuerpo, entregándome al éxtasis de las caricias.



sábado, 19 de diciembre de 2009

Te caíste


Recuerdo lágrimas en tus ojos,

Ojos rojos, boca temblorosa, manos empuñadas…

También, recuerdo aquel beso, ése, donde no pude soportarlo más y comencé a llorar.

Tú aferraste mi nuca, tú me aferraste a ti como si yo fuera un salvavidas.

Luego, manos que se entrelazaron, susurros que quemaron…

Ahora: no vales nada.

Ahora comprendo porque cuando caminábamos era yo la que nos guiaba,

Yo te llevaba.

Tú, debías tener la cara llena de vergüenza como para atraparme y caminar adelante de mí.

Infame…

Eres la mejor definición de doble estándar.

Tú… Que me decías que me amabas… Ahora, comprendo que no fui los únicos oídos que escucharon aquellas palabras.

Pido perdón a toda la humanidad, pido perdón a cada aliento que utilicé para decir que eras el hombre perfecto.

Pido perdón a la mujer que fue mi guardaespaldas,

Pido perdón a las amigas que tuvieron que oír alabanzas para ti.

Y también, me pido perdón a mi misma por haberme creído un cuento tan bonito.

¿Tú y yo? Ahora me rio.

Ahora, más que nuca, refuerzo mi identidad.

Ahora más que nunca miraré curvas, miraré delicadeza…

Lo tosco ya jamás me va a atraer…

No lo digo como venganza,

Lo digo porque fuiste el punto a parte.

Ahora, otra historia se tejerá.

Labios suaves, me esperan.


Si ya te caíste tú, ya nadie podrá levantarse para mí. Fui tan engañada por ti, que jamás podré volver a confiar en un hombre. Al menos, no como mujer.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Recordarte, jamás, intoxicarme.


Me retiro, a paso decidido, del suelo contaminado.
Mi palabra, fiel testigo de mis miedos y revanchas,
Será el mejor escudo contra el recaer.
Yo, no tengo intenciones de que me vuelvas a inyectar tu sedante…
Ahora, respiro aire de verdad.
No tengo más que el alimento de mis propias emociones, de mis propias ilusiones…
Pequeñas puntadas que doy a ojos ciegos, donde a veces, me pincho los dedos.
Ahora, es inevitable la preocupación que una persona como tú puede merecer,
Pero eso es algo que de a poco va desvaneciéndose,
Cada día, apenas te leo, apenas te busco, apenas te pienso…
Medicina autoimpuesta, medido autocontrol.
Sólo verte un poco, para recordarte, jamás, intoxicarme.