Llegaste a mí con una cara de horror impresionante,
temerosa, dudosa,
te sentaste en mi cama y me dijiste que me enojaría si me decías
la pesadilla de la que habías despertado.
Dímelo, no me ocultes nada.
Entonces el miedo salió de tu boca, con un dejo infantil, con un temblor pueril.
Todo mi interior se sacudió, todo el calor de mi cuerpo escapó en un segundo.
No mamá, porqué sueñas esas tonteras.
te tranqulicé, aún así, persististe:
yo no crié a un machito, yo tengo una hija.
te fuiste y me dejaste el alma en un hilo.
Las madres son tan sobrenaturalmente sabias...
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