martes, 28 de febrero de 2012

A media tarde

Sus ojos se pierden en la taza de té. Revuelve constantemente mientras su mente está perdida en imágenes de mariposas y primaveras. Levanta la vista y reacciona ante el lugar: cochino Santiago, gris Santiago, bullicioso Santiago, abrumador Santiago, pecador Santiago. Siente deseos de vomitar. Su hija, su hija… ¿Dónde andará? No pienses en esa asquerosa. Se reprime, ahoga un suspiro. Lleva la taza a sus labios, que pena, ya está tibio. Muerde una galleta. El sabor dulce la hace sentirse mejor. Sí, olvida Santiago, olvida los autos. Vuelve a la primavera, a las risas, al aroma suculento de una sopa caliente en una fresca noche de verano en la playa… Si tan solo hubieras sido más dura con ella… Si tan solo… Ya no importa. ¿Acaso no está muerta? Sí, se murió la muy sucia desde el momento en que decidió entregarse a los brazos igual de delicados que los de ella. ¿De dónde habrá sacado esas costumbres? Sus amigas… Esas horribles criaturas que la corrompieron con tanta fiesta y trago. Solo eso podía ser. Porque ella había hecho muy bien su labor de madre, ella había sido ejemplar. ¿Acaso no se había esmerado en comprarle maquillajes y vestidos entallados? Cremas para que su piel no se agrietara, labial para sus carnosos labios… Y ahora. Ahora todo eso no valía nada porque su hija se había decidido a marcharse de casa con otra mujer.

Otro sorbo de té. La tibieza del líquido provoca una dulce sensación de bienestar. Maldita ciudad, la ciudad es la cuna de los vicios de la gente. Por la calle pasa un barrendero. Que horrible persona, mostrándole al mundo su asquerosa y oscura cara. Sus manos se ven grasientas y negras. Que horrible es la piel oscura, parece hecha de grasa de motor. Desvía la mirada, retoma los recuerdos del verano en la playa, se olvida del barrendero que camina pesadamente hacia su casa.

Muerde otra galleta, saca descuidadamente un cigarrillo. El humo y la ciudad le parecen iguales. ¡Qué más da! Ensuciarse y mancharse de la asquerosidad es mejor que verla desde fuera y criticarla. Ansía sentirse mejor, olvidar es perdón. Pero… ¿A quién debe perdonar?

Toma una bocanada del cigarro. Puede ver como sus bronquios se oscurecen, cierra los ojos, se siente mejor. Su útero está oscureciéndose. Retoca el rímel de sus pegoteadas pestañas. Sonríe. Sonríe porque el espejo le devuelve una lamentable imagen. Ella es horrible, es tan horrible como las costumbres de su hija, como la muerte de su mujeriego esposo, como el abandono de su hijo. Al fin está libre; ella también es un monstruo, pertenece a la ciudad.

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