Él me llevó por senderos oscuros y de dudosa ubicación. Me acariciaba con cautela, como si temiera ir más allá. Yo no entendía muy bien cómo había llegado a caer a sus brazos, pero recuerdo con claridad la leve sonrisa de niño travieso y los ojos almendrados.
Sus besos eran apenas leves toques apresurados, parecía como si siempre tuviera otra cosa que hacer. Aún así yo intuía en su mirada una preocupación, una titilante duda.
Un día recibo la llamada de la discordia. Corro a su casa, no hay nadie y ya atardece... Es otro, me besa apresurado, su lengua indaga en mi boca con hambre. Siento sus manos deambular por mis piernas. Comprendo extraña esta situación, algo no anda bien, aún así, yo me entrego. Este nuevo tú me hace estremecer en un ardor incómodo, que va creciendo y palpitando entre mis piernas.
No llegamos tan lejos, escucho el deambular de un intruso en la casa. Me visto como puedo y en la penumbra salgo a la calle. Por suerte no es tan tade y tengo locomoción.
No sé si llegué a mi casa, esa parte no la recuerdo...
Al otro día estabas tú, con casual alegría, con un misterio extraño chispeando en tu sonrisa... Me abrazaste y besaste con ardor. Definitivamente has cambiado...
Tengo cosas que hacer y te abandono por unas horas, me pierdo por parajes inexplicables y horas inexistentes, viendo rostros que mi memoria devuelve en espejos distorcionados. Vuelvo a ti. Has vuelto a cambiar... Hay un silencio turbio instalado en tu boca. Me mantienes abrazada a ti con cierta cautela y preocupación. Me aferro a tu pecho con una duda palpitándome adentro... No digo nada, quizás, de cierta manera, comprendo todo.
Luego hablas de que debo decidirme, ser clara con mis intenciones... Yo creo comprender, creo intuir, y tú sigues hablando como si yo lo supiera todo.
Luego, en una sucesión de tiempo incomprensible, estoy con el de la sonrisa chispeante, el alegre... Todo recobra sentido. ¿Por qué no me habías dicho que tenías un hermano?
Sus besos eran apenas leves toques apresurados, parecía como si siempre tuviera otra cosa que hacer. Aún así yo intuía en su mirada una preocupación, una titilante duda.
Un día recibo la llamada de la discordia. Corro a su casa, no hay nadie y ya atardece... Es otro, me besa apresurado, su lengua indaga en mi boca con hambre. Siento sus manos deambular por mis piernas. Comprendo extraña esta situación, algo no anda bien, aún así, yo me entrego. Este nuevo tú me hace estremecer en un ardor incómodo, que va creciendo y palpitando entre mis piernas.
No llegamos tan lejos, escucho el deambular de un intruso en la casa. Me visto como puedo y en la penumbra salgo a la calle. Por suerte no es tan tade y tengo locomoción.
No sé si llegué a mi casa, esa parte no la recuerdo...
Al otro día estabas tú, con casual alegría, con un misterio extraño chispeando en tu sonrisa... Me abrazaste y besaste con ardor. Definitivamente has cambiado...
Tengo cosas que hacer y te abandono por unas horas, me pierdo por parajes inexplicables y horas inexistentes, viendo rostros que mi memoria devuelve en espejos distorcionados. Vuelvo a ti. Has vuelto a cambiar... Hay un silencio turbio instalado en tu boca. Me mantienes abrazada a ti con cierta cautela y preocupación. Me aferro a tu pecho con una duda palpitándome adentro... No digo nada, quizás, de cierta manera, comprendo todo.
Luego hablas de que debo decidirme, ser clara con mis intenciones... Yo creo comprender, creo intuir, y tú sigues hablando como si yo lo supiera todo.
Luego, en una sucesión de tiempo incomprensible, estoy con el de la sonrisa chispeante, el alegre... Todo recobra sentido. ¿Por qué no me habías dicho que tenías un hermano?
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