Los gatos errantes pululan pulgosos sobre mi tejado.
A veces abro la ventana
y
algunos huyen
(como si los hubieran descubierto en alguna fechoría)
y otros se acercan
maullando amistosamente
para recibir algo de comida
o una tibia caricia.
Yo los miro
y me pierdo en sus patitas
de algodón,
rememorando en ellos
la actitud altiva,
orgullosa,
de las fieras.
Por más que uno
quiera creer
que los gatos están domesticados,
ellos,
con su caminar errante
nos demuestran siempre
lo contrario.
A veces abro la ventana
y
algunos huyen
(como si los hubieran descubierto en alguna fechoría)
y otros se acercan
maullando amistosamente
para recibir algo de comida
o una tibia caricia.
Yo los miro
y me pierdo en sus patitas
de algodón,
rememorando en ellos
la actitud altiva,
orgullosa,
de las fieras.
Por más que uno
quiera creer
que los gatos están domesticados,
ellos,
con su caminar errante
nos demuestran siempre
lo contrario.
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