Él dijo que podía morir como un perro. Que él no pagaría nada para que yo sobreviviera. Que como había atentado ante el plan a Alá, ahora mi destino quedaba en sus manos…
Se fue, así sin más me abandonó en el hospital. Su madre no podía contradecirlo. Ambos se fueron en pasos rápidos, huyendo de la situación deshonrosa.
Comencé a recordar lo que me había llevado a intentar suicidarme con fuego.
A los siete años me pusieron frente al hombre que debía ser mi marido. Mi padre me cambió por cincuenta ovejas. Yo era inexperta, mi madre jamás me instruyó en la sexualidad… Mi primera noche de bodas será por siempre mi trauma. Él me llamó a su lado, intentó tocarme y yo me rehusé. LA violación fue inminente. Sangré por tres días debido a la brutalidad de la penetración.
Ahora tengo veinte años, mi vida no ha sido dulce como yo pensaba y jugaba con mis amigas antes de casarme… Todas esperábamos amar a nuestros esposos… Quizás no sea la única que intentó el suicidio. Alá me castigará… Alá no quiere a las mujeres como yo.
Entonces, cuando pensé que moriría en el hospital. Apareció la madrastra de mi marido.
- Me haré cargo de ti. No, no pienses que es por obligación, tengo algo de dinero y pagaré todo lo que necesites. Todo para que puedas recuperarte y volver a sonreír.
Pagó la factura del hospital y compró los medicamentos. La mitad de mi cuerpo, incluyendo mi cara, estaba desfigurada.
Ella me mantuvo en su lado de la casa, con el poco poder que tenía ella mantenía a resguardo a mi esposo, del cual yo planeaba separarme, por muy peligroso que fuese hacerlo…
La madrastra de mi esposo, una mujer de la que no conocía otra cosa que sus ojos y la calidez de sus manos, me cuidaba con esmero.
Al abrir los ojos era lo primero que veía. Me traía el desayuno y me ayudaba a comerlo. En silencio. Yo veía el movimiento de sus delgados dedos… Me ayudaba a curar la piel quemada, aliviaba mi sufrimiento mientras me acariciaba el cabello. Sin darme cuenta me fui acostumbrando a su silenciosa presencia y a la suavidad helada de sus manos.
Para cuando mis cicatrices cerraron, su presencia ya era vital.
Mi esposo, volvió por mí al cuarto de ella. Yo estaba tapada por completo, no deseaba que nadie viera las terribles quemaduras de mi cuerpo. Por eso más que nunca usaba el traje tradicional, incluso en la casa.
Me miró y violentamente trató de quitarme el traje, como yo no tenía muchas fuerzas lo logró. Me vio la mitad del rostro desfigurado, la mitad del cuerpo horrorosamente quemado.
- Tuviste el castigo que te mereces…
Luego de decir esto, quiso golpearme, pero su madrastra llegó y lo detuvo. No sé porqué la respetaba tanto. Quizás ella había sido la predilecta de su padre.
- Está bien, él no volverá a este cuarto, tranquila. –me dijo ella, mientras me estrechó en su brazo. A mí me llenó un profundo sentimiento de paz.
Mis cicatrices por fin cerraron, las quemaduras habían dejado de arder, y mi esposo parecía un fantasma.
Ayesha. Así se llamaba la madrastra de mi esposo. Una mujer pulcra, que apenas decía unas cuantas palabras y que mantenía su cuerpo muy cubierto por el traje tradicional. Yo de ella no conocía otra cosa que sus manos y sus ojos negros.
Un día ella me encontró dándome un baño, asustada, no de su presencia sino de mi aspecto, tomé unos pañuelos y me cubrí. Ella se acercó y me los quitó suavemente.
- No escondas tu belleza. –dijo.
- Lo dices para hacerme sentir mejor.
- Jamás, por Alá que no he conocido mujer más hermosa que tú.
Dijo, para luego tomar los paños y bañarme ella. Yo me recosté en el agua, sintiendo sus manos por todo mi cuerpo, entregándome al éxtasis de las caricias.
1 comentario:
Vi que te gustan los arctic monkeys!
quizas te interese escuchar nuestra banda y pasarte por nuestro blog.
saludos nataly!
NOTENGLISHPEOPLE
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