jueves, 3 de marzo de 2011

Confesiones a las 23:50 AM

No quiero que estos versos sean tristes,
menos resentidos,
tampoco pesimistas,
ni demasiado alentadores.

Estas letras son el resultado del vómito del alma,
incierta y temblorosa,
que habita bajo la carne.

Si tengo que ponerte un nombre
te llamaría misterio
porque no hay respuestas claras,
ni tampoco sosiego.

Solo sé que eres de terciopelo,
te abunda la sonrisa,
careces de secretos,
eres lo que deseo.

No hay más sinceras palabras que éstas:
te añoro...
De donde vengas te recibiré
hasta con mis piernas abiertas.

Y si llegas temprano,
toca la puerta varias veces,
no sea que te confunda
con limosneros o predicadores.

¿Eres tú una predicadora más?
Ya no quiero que me oculten nada,
porque desde antes de mi nacimiento
las cosas se cubrían y adornaban.


Me han mentido y ocultado,
(para mí el mayor pecado)
apaleado y resucitado,
para luego masacrado.

Y ya que estamos en condiciones claras,
yo tampoco soy ni seré una santa,
la boca la tengo partida de decir tantos "adios"
y las manos algo secas de ya no acariciar.

Pero si vienes tú yo haré una excepción,
te voy a acariciar y no me despediré,
¡Cómo podría hacerlo!
te he esperado toda mi vida.

Así que no me ocultes nada
(ni por mi bien)
que si me mientes
ya no te recibiré.

No habrán caricias,
no habran palabras de miel,
ni tampoco paciencia
mucho menos perdón.

Tengo poco que ofrecer,
pero si eres tú,
sabrás agradecer.

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