Ráscame las costras que me quedan
de aquélla vez cuando
tomaste todo de mí
para vomitarlo.
Acércate e insúltame,
cuéntame la forma
delicada y elegante
en que torturarás mi cuerpo.
Muérdeme la clavícula
y entierra tus garras
en esta espalda
que fue creada para ser tu tabla de cocina.
Corta en mí
cada ilusión,
extíngueme
hacia la nada.
No dejes de mí
más que el cuerpo,
sucio cuerpo,
que solo sirve de tributo
para tu amor de bestia.
Resume en cenizas
lo que quede de la tortura,
no dejes nada limpio,
que la sucia habitación
será nuestro templo.
Llévate el aliento que me quede,
arrástrame a la muerte,
no me dejes
a medio vivir
sin la condena de tenerte.
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