Bajo la mirada, me arreglo el cabello, reviso papeles… Todo. Todo para que mis ojos no choquen con los tuyos. Mirada infame, profunda, perturbadora.
En tu burlona sonrisa siento el dejo de una intención, morbosa, caliente, me quema, esa intención.
Paso a tu lado y me hago la fría, no te miro, apenas te hablo, te respondo de golpe. Yo jugué siglos atrás esos juegos, conozco las reglas y conozco el final.
Me invitas a fumar, me hablas de tu edad, buscas mi tacto, presientes mi perfume. Yo me rio. Me rio porque tú franqueas mi naturaleza, porque tú eres un vidente y yo un paisaje borrascoso, y aun así, me descifras.
Tomas mis actos y barajas una estrategia. Yo soy una niña, no una mujer, una niña, que juega a ser adulta, a ser seria. Pero tú reviertes mi grandeza, me provocas con un paño rojo de torero, y a mí se me nubla la mirada ante tal juego abrasador, que espolea los ímpetus de agarrarme a tu cuerpo con un impulso mortal. Arrojarme a tus brazos para perder la vida y los sueños en tu boca y dejar de ser niña, crecer en tu cuerpo, y que tú crezcas en el mío.
La próxima vez voy a ser más astuta, seré yo el torero y tú el toro. Conozco las reglas, estoy dispuesta a morir.
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