Los instintos se arrebatan, el corazón se vuelve de fuego.
Se tensan los músculos, la mirada se enrojece.
Toma lo primero que encuentres y hazlo pedazos
Saca de tu cuerpo aquel fuego que parece que te consumirá
Golpea más fuerte, siembra el miedo a tu alrededor.
Gente como tú suele quedarse sola,
Gente como tú destruye a los que están cerca de ti, de tus manos destructoras.
Ahora,
Ahora que has dejado tiradas las pruebas del desastre que has hecho.
Responde,
¿El agua limpiará la decepción y la angustia que sembraste?
Te siento en el primer piso tratando de enmendar los errores cometidos.
Amigo mío, yo conozco bien la furia que puede consumirnos.
Pero no, a un ser vivo no.
Rompe ventanas, azota puertas y cubiertos.
Pero con un ser vivo no.
Yo no te temo. Sé que a mí no podrías tocarme.
Estamos lejos, aunque en verdad nos parecemos.
Soy tu hija, la furia iracunda que nos domina es nuestra condena.
...Hey, gen furioso mío. Te daré un consejo: rompe paredes y no rompas huesos...
La foto? bueno... Creo que te pareces al tipo. Es de una película que se llama "un día de furia". Cosas del destino, coincidencias fatales.
Tengo algo de que avergonzarme. Es esta herencia que me dejaste. Soy tranquila la mayoría del tiempo, no tengo motivos para enfurecerme, pero cuando la rabia arremete contra mí, es algo que se apodera de mis movimientos. Destruyo las cosas como si fuera un toro con los ojos en rojo. Aunque, debo admitir, que no tocaría a un ser vivo con mis manos así como lo hiciste tú
Canción Inspiradora Para Escribir esto, me inspiré en la canción de arriba.No tengan miedo de entrar, los llevará a Youtube
La tarde cae despacio a través de la ventana…
Miro hacia afuera, a través de las rejas, pero… ¿qué busco?
Mi gata duerme a mi lado, le acaricio el lomo, ella no despierta.
Está sumida en el sueño delicioso del que disfrutan los felinos, sueños profundos con parajes llenos de ratones para perseguir.
Mueve sus patitas y los bigotes, sí, se sueña persiguiendo algún ratón que tenga más vida que el ratón de juguete que le compré.
Ahora, la tarde perezosa se vuelve sensual, con aquellos tonos tornasolados que se alojan en la cenefa blanca… la tarde me acaricia los sentidos.
A veces, en estos momentos, pienso en ti unos cuantos segundos.
Leves segundos, querida, para que comprendas que no es más que una ráfaga que se va, dejando el desastre a su paso.
Tu mirada, dejó estragos a su paso.
Ahora, tengo miedo de dejar de escribir, de por un segundo, detenerme a pensar lo que pongo en el teclado y que veo reflejado en esta pantalla.
Te veo bailando afuera de la ventana, bañada por esta luz tan obscenamente escandalosa. Tu pelo castaño que se eleva mientras giras, la falda que se levanta dejando a la vista tus rodillas redondas y tus muslos opulentos color canela.
Quiero cortar unos mechones de tu cabello, y con ellos, hacer una infusión de té para beberlo a la noche, para ver si con ese brebaje podría calmar la sed que sin darte cuenta iniciaste.
Mira las locuras que comienzo a hablar cuando te recuerdo. Palabras que se agolpan y gritan por escaparse por entre mis dedos.
Quiero alcanzarte, y este es el mejor medio para hacerlo.
Soy un alma torcida. Me rio cuando debería estar seria. Me hago la desentendida de aquellos riesgos que podrían comprometerme demasiado. Soy una mezcla extraña de cobardía y osadía. Doy un paso, pero sólo cuando sé que no tropezaré.
¿Y si por error de la vista, groso error, caigo?
Entonces, me hundo, tan profundo en la tierra y mis pensamientos, que la oscuridad le impide a la gente a acercarse a rescatarme. Y aunque actúo como damisela en peligro, es probable que no necesite ayuda. Y cuando en verdad la necesito, cierro puertas y ventanas y me pongo una armadura. De extrañas contradicciones estoy hecha. De insufribles ambigüedades me alimento. Porque, me atraen los hombres afeminados y las mujeres que se las valen por sí mismas. Es verdad que, mientras tú estabas ardiendo como un toro a punto de embestirme, yo estaba fría y calmada como un iceberg. Admito que soy la culpable, admito que te provoqué. Pero qué más da, amiga, tú me conoces. Sabes sobre mi personalidad tórrida que busca divertirse a costa de los embates de los demás.
Sentí el crujido de la cerradura, aquél chillido impertinente que se queda palpitando en la memoria unos segundos…
-Perdóname por venir tan tarde, es solo que…
-¿Por qué me das excusas? Tú sabes bien a lo que has venido.
Miré su rostro sonrojado, la había descubierto. Siempre, siempre sé lo que quiere. Ya sea por el tono de su voz, o por las palabras que deja a medio decir… O quizás, mi alma está demasiado ligada a la suya como para no saberlo.
-Tengo algo de miedo.
-Lo sé, ven, acércate a la cama. Afuera hace frío y no deseo que te congeles.
Me miró impresionada. Abrí las cobijas y le hice un gesto para que se metiera entre las sábanas. Ella no se atrevió a mirarme mientras se acercaba, miró el suelo de madera vieja hasta que estuvo junto a mí.
-Me gusta estar cerca de ti, siempre eres cálida. –me dijo, sin atreverse a mirarme a los ojos aún.
-Sí, lo sé, yo tan cálida y tu siempre tan congelada. Ven, abrázame para que se caliente tu pecho.
Me obedeció, escondiendo el rostro en mi cuello. Sentí su breve respiración en aquella piel tan sensible. Mi mano, siempre audaz, fue a dar a su espalda, revestida de la camisa de satín. Acaricié su espalda lentamente, a un ritmo tranquilo, no pensaba en mancharla, no, yo sólo quería tranquilizarla, hacerle entender con el somero lenguaje del tacto, que mi amor no era algo superficial.
-No me toques de ésa manera…
-¿Por qué?
-Yo… Soy muy débil ante ti.
-No pretendo hacerte nada que tú no quieras. Seré tan mansa, en cuanto tú sujetes firmemente las riendas de mi cariño.
En ése momento se atrevió a mirarme a los ojos. Siempre, su mirada castaña de largas pestañas abundantes, me hacía temblar. Su boca entreabierta brillaba con la luz que se colaba por la ventana.
-Si no te vas, te besaré.
-¡No lo hagas!
-Shh… No grites...
-No me beses, por favor –dijo otra vez, en un susurro.
-¿Por qué no?
-Si lo haces… Yo no podré resistir.
-¿acaso crees que no nos hemos contenido bastante? A mí ya no me importa nada, sólo quiero tenerte de una vez por todas.
-Yo… También te deseo. –dijo, roja hasta las orejas.
-Entonces… Ya no nos vamos a contener más. Te he mirado en silencio mucho tiempo, creyendo que esto era unilateral. Pero ya no más, te quiero, y eso es lo único.
La abracé con fuerza, sintiendo el roce de nuestros pechos. Ella se puso tensa, incapaz de acariciarme, pero al menos, tampoco me detuvo cuando mi mano ahondó en sus muslos de seda… ¡Qué dulce boca! Que pecho más generoso en aroma y forma… Todo mi interior tembló cuando le quité la camisa de satín.
-Debes saber que ya no hay vuelta atrás. Si me dejas continuar, no seré capaz de detenerme.
Ella me miró titubeante, con miedo en sus ojos de ciervo. Lo pensó un momento, y su respuesta fue un beso, un beso dulce donde su lengua se atrevió a cruzar los confines de mi boca.
Comencé a besarle el cuello con verdadera hambre, ella se retorcía bajo mi cuerpo mientras liberaba leves suspiros. Su cuerpo era tan puro… Tan blanco, tan tibio luego de mi tacto…
-¿Claudia, está tu hermana ahí? –dijo la voz detrás de la puerta.
Al no recibir respuesta, continuó.
-He ido al cuarto de tu hermana y no la he encontrado, estaba preocupada, ya sabes como se pone en la noche cuando hay tormenta.
-Sí, está aquí conmigo mamá. –contesté.
-Me lo imaginaba… Bueno, las dejo dormir. Buenas noches hijas.
Ambas escuchamos los pasos que se alejaban por el pasillo de madera… Miré a la mujer que yacía temblorosa y asustada bajo mi cuerpo… La abracé, con la pasión apagada por nuestra madre. Ella comenzó a llorar muy despacio, sentí como mi corazón se hacía añicos…
-Te amo, hermana. –dijo, en un susurro apenas audible.