Ayer me apoyé en tu pecho…
Ya no hubo dolor ni dudas… Me dejé abrazar, me dejé acariciar el cabello.
Tus labios dulces y sinceros rodaron por mi nuca con tibio esmero… Jamás ensuciarme, sólo idolatrarme.
Me hablaste del alma y de la gente, de la vida y la vejez… Yo extasiada te escuchaba, siempre me gustó tu compañía.
Por el cielo, crepuscular, brillaron montones de ilusiones de color plata. Sonreímos, nunca la vida fue más prometedora que ahora.
Estamos tan limpios, tan livianos mi niño…
La ciudad nunca fue tan alumbrada de neón azul y fucsia… Nunca las luces que antes, parecían de prostíbulo, me parecieron más hermosas.
Las fachadas atrayentes, las risas centelleantes de la gente… Nada podía ser más propicio para el regocijo de la compañía tan anhelada.
Incluso, cuando ya no tuvimos más que decir, fue agradable.
Agradable también el palpitar de tu corazón, suave y acompasado, ajustado correctamente a la circulación de la sangre en mi muñeca.
Bonita la ciudad, desde el metro. Bonito ese manto de lucecitas ambarinas sobre la marea negra. Sacaste fotos, yo las guardé en la memoria.
Gracias por ser complemento y aderezo. Sencilla sazón que condimenta la emoción de verte, sentirte, de saberme amada por ti.
1 comentario:
Que bonita la sensación de amor que se respira por estos lados. Saludos!
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