viernes, 28 de septiembre de 2012

1.31 AM

El desvarío sexual me lleva a la imagen sublime de tu espalda cóncava.
Tu piel se ofrecía extensa y tibia. Daban ganas de dejarte mordidas por todos lados.
La desesperación por terminar de devorarte me quitó el sueño algunas noches.

Aún recuerdo cuando te pensaba,
antes de atrevernos a tocarnos,
y ya soñaba con esa animalidad tuya.
Es que no puedo evitar derretirme si me toman violéntamente.
No necesito la dulzura de una caricia,
eso déjalo para cuando estemos en público,
pero en la intimidad yo anhelaba tu mano,
suave, pequeña, tierna mano,
que me rompiera en trillones de pedacitos
para colarme por los poros de la tierra.

Soñaba con tu beso,
y podía adivinar tu aliento tibio
en la oscuridad de mi cuarto
donde me tocaba ansiosamente
con mis manos que morían por ser tus manos.

Todo el mundo era dulce,
dulce y púrpura.
Quizás nunca vuelva a tocar a otra mujer,
porque en ti ya las toqué a todas.

Pequeñas cosas nos emocionaron,
como cuando nuestras reglas se coordinaron.
Ningún hombre podría entender aquella conexión.
Pero jamás intentaría explicarla,
para él ya es demasiado complicado mi pasado
y mi
incierto
futuro.






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