sábado, 3 de noviembre de 2012

Mujer en el bar



Esa mujer me causó una profunda impresión.

Su cabello platinado y su piel blanca límpida la hacían parecer la reina del hielo. Cuando posaba sus ojos en ti te traspasaba el alma, era un golpe en la consciencia. Un descaro tierno, prudente, escandalosamente ambiguo.

Sonreía por nada, pero a la vez podías intuir en sus pupilas un deseo tibio… 

Daban ganas de tomarle las manos y estrecharlas contra tu pecho fuertemente, dedicándole promesas que ella aceptaría cordialmente, jamás arrebatada, porque ella es de las mujeres que ya han recibido infinitos juramentos de amor eterno, y el arrebato solo lo deja para momentos de furia o exacerbada pasión.

Hermosa, se acomodaba el cabello detrás de las orejas y rechazaba con educación las invitaciones a bailar. Yo dentro de mí pensaba, si le extendiera mi mano, ¿ella la tomaría?

Al final pidió vino rojo y lo tomaba con cautela, saboreando la cepa que se enredaba a su lengua exquisita.
Yo no me atrevía a mirarla, solo dos o tres veces le sostuve la mirada. No podía, me enredaba en un halo de vergüenza y misterio. Me dedicaba a conversar con los demás comensales, a beber mi trago, a escuchar la música. 

Una mujer así hace tambalear tu mundo… Yo ya no estoy para turbulencias.

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