jueves, 31 de enero de 2013

12.39 AM

Tengo un leve ardor en el estómago,
un dejo extraño en la garganta...
Estas no serán palabras de amor,
tampoco, como por regla de oposición,
se debe pensar que serán palabras de odio.

(Hoy recuerdo que hace tiempo atrás,
¿Quién fue?, me dijo que la oposición al amor
no era el odio, como cualquier cerebro inquieto
pudiera creer, sino que, el antónimo al amor es el egoísmo.
Hoy me hace mucho sentido...)

Estas palabras vienen vacías.
Vacías de un no sé qué
que ahora me perturba.

Me miré al espejo unos segundos,
eternos,
y me encontré ahí,
parada,
horrible,
monstruosa,
aborrecible.

Mi cara se asemejaba
a un
perturbador
signo de pregunta.
Mis manos
toscas,
parecen las manos
de un hombre.

Mi pelo
oscuro
inflado,
pesado alrededor
de mi
pequeña
cabecita
de niña
inconclusa.

Luego entró
a mi habitación
mi gata.
Se acarició entre mis tobillos
para obtener comida.
No hay maldad en ese gesto,
simple naturaleza,
solo
hambre.
No como cuando
mi madre,
(a veces despreciable mujer)
dijo que hacía
esto
para
conseguir
esto otro.

Ahora entiendo a
esas mujeres
que les dicen
gatas,
pero por favor,
le pido a la humanidad
deje de ofender
a los pobres felinos.
¿Qué delito cometieron
para
ser comparados
con tan
repulsiva
raza?

Ya no puedo escribir muy seguido
porque
de a poco
me consume
el signo de pregunta
instalado
en mi plana cara.

¿O acaso son
las
malditas
hormonas?

Que se pudra el ciclo menstrual,
hay momentos
en los que preferiría
ser un hombre
castrado.

No soy
la que Nietzsche
opina
que debo ser.
No soy una mujer castrada,
soy
un hombre
castrado.

Y eso me ha traído problemas,
no es fácil
ser una mujer
muy práctica
o
demasiado
"masculinizada"
no confundir,
por favor,
con la idea de que uso
mucho
pantalones
o que tenga
rudos
ademanes.
Yo
siempre
he amado
usar
vestidos...



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