martes, 14 de mayo de 2013

unísono

El otro día,
al hacer el amor,
logramos un ritmo
que
si no fue perfecto,
al menos,
fue glorioso.

Te sentí como una marea
que me mecía
evocando una muerte.

Había entre mis piernas
un ardor
que en cualquier momento
amenazaba con incendiar el cuarto.

La marea de tu amor
me abrazaba el cuerpo
con tanta entrega
y protección
que podría haberme
ahogado y renacido
hacia una nueva yo.

No puedo definir bien
esa instancia mortal
y
enceguecedoramente
maníatica
que me acercaba
al surgimiento
del hecho
de la vida misma:
la pasión.

Me sentía protegida,
pero a la vez
expuesta.
Como si me dieras la vida
y tuvieras todo el poder del mundo
para, también,
quitármela.

Ternura y deseo
hacían presencia
disonante
pero
entrañable
en esa cadencia.

No sé si comprendes
que logramos
el ritmo
universal.
Fuimos realmente uno,
logramos
lo que otras personas
se la pasan buscando
toda la vida. 

9.06 PM

Una leve envidia,
breve,
me recorrió las venas
en un torrente de
interminable
odio.

Me dejó
una sensación,
luego,
de limpieza.

Como si esa ráfaga
odiosa
a su paso
me hubiera
limpiado
las arterias.

sábado, 11 de mayo de 2013

Ella

Mi estudiante me busca por el salón.
Cuando gira su juvenil y flexible cuello
su cabello color miel se levanta
como una maravillosa capa para su esbelta nuca.

Cuando la miro,
ella,
reluciente,
me devuelve una sonrisa llena de ánimo.

Sus ojos gritan:
¡Mírame!

Yo le devuelvo la sonrisa,
cordial.
No puedo hacer más que eso.
¿Qué otra cosa podría hacer?

Hay cierta inquietud maternal/
sensual                                                                                                            
En mí.
Me remece y me provoca el impulso de
tocar
su cabello.
 
Ella rie animada,
como un animalito
libre,
brillante,
soleado,
veraniego.
 
Cuando la pillé,
en una fechoría,
sonrió.
Acatando mi voz feroz.
 
Más tarde
me sentí mal
de haberle hablado así.
 
¿Qué impresión habré dejado
en esos oídos trémulos
de juventud?
 
Quiero verla,
y hablarle,
esta vez,
dulcemente.
 
 
                                      

miércoles, 1 de mayo de 2013

Abandonar el cuerpo

Me gusta ése precioso instante,
dulce y pequeño
momento
en que tus ojos se alteran
y tus cejas se alzan
mientras te vienes.

Pareciera que sufres,
que algo te ha calado muy a fondo,
como si te hubiera roto.

Pero es porque te vuelves
efímero,
vulnerable,
expuesto.

Hay algo trágico
en la mecánica
del orgasmo...

Porque te libera tanto,
que se expone
lo más
vulnerable
del alma.

Recuerdo aún,
cuando luego de venirme,
me saltaron las lágrimas.
Fue algo tan
involuntario
que dentro del vértigo
del orgasmo,
sentí como mi alma
me dejaba.
La violenta compulsión
y liberación
de energía
me dejó
completamente expuesta.
Si no me hubieras abrazado,
de ésa forma,
yo probablemente
hubiera abandonado mi cuerpo.