sábado, 3 de octubre de 2009

La pesadilla de anoche.

Entonces él me mostró el papel.

Unos versos garabateados de forma nerviosa y confidencial estaban en éste.

Temblé.

¿Qué es esto? Me preguntó. Ella lloraba a su lado.

¿Qué es? Soy yo.

Respondí, desafiándolo con mi mirada.

No pude notar si lloró, sólo vi aquel gesto tan propio de él.

Sus manos yéndose a su nuca para masajearla bruscamente.

Sentí un poco de miedo, siempre le he temido.

Ella seguía llorando, no era capaz de mirarme.

Lo siento.

Le dije, ahí ella me miró, con sus ojos rojos y trisados… Parecía que en cualquier momento ella podía quebrarse en mil pedazos.

Sentí aquel dolor en el pecho, sentí que podría desmayarme, sentí mi crucifixión.

Entonces llegó el golpe. Rodé en el piso, sujetando mi mejilla para no perderla.


La cachetada palpitaba en mi piel,

Pero no fue ese el peor dolor.

Cuando vi tus ojos, tus ojos furiosos,

Comprendí el desprecio y asco que yo te inspiraba.

Ella seguía llorando, ella no podía parar de llorar tapándose el rostro para no verme tirada en el piso.

Deseé que me siguieras golpeando, animal, creador.

Pero lo último que hiciste fue pararte para dejarme ahí, a la deriva de mis emociones.

Mi dignidad estaba esparcida en mi sangre por el piso,

Mis miedos y angustias habían quedado impresos en el moretón de mi mejilla.

Ella lloraba por mí, mientras él ya no estaba cerca.

Te miré,

Esperando que me ayudaras a pararme.

Pero no hiciste nada.

¡Mujer, tú sólo podías llorar!

Me paré, como siempre intenté hacerlo antes.

No pudiste decir nada.

Y yo quería tanto oírte.

Comencé a colocar mi ropa en un bolso.

Ahí tú volviste a la realidad.


- ¿Qué haces?

- ¿Qué parece que hago? Me voy.

- Nadie te ha dicho que tienes que irte.

En ese momento le indiqué el golpe fresco en mi cara.

De todos modos, tú sabías lo mucho que yo anhelaba irme. Y ya tenía un buen motivo para hacerlo.

- No llores por mí, no vale la pena.

- No digas eso, una madre siempre llorará por sus hijos.

- No pude evitarlo, sólo trato de vivir mi vida lo más sinceramente que puedo.

- ¿Sincera? Nos has engañado a todos.

- No dije sincera con los demás, hablo de mí.

Terminé de guardar lo necesario. Ella me pidió que no me fuera. Pero yo no estaba huyendo, en realidad yo sí quería irme.

Todo estaba tan oscuro, tan frío.

Una pieza vacía, ahora serían dos.

Aunque me dijiste que no te dejara sola, que no dejáramos de vernos,

Yo bien sabía, aquella sería la última vez.

No por odio, ni por orgullo.

Solamente por miedo



Esto de verdad fue un sueño, y lo que estaba escrito en aquel papel, era un poema para una mujer.

No hay comentarios: