sábado, 17 de octubre de 2009

El Amor Del Antiguo

Llegó el momento, al fin… Ya es hora.

Se miró al espejo y relamió sus labios pálidos. Pensó en el pasado, cuando le vio caminando por la ciudad con aquel rostro tan hermoso, el más hermoso que recordara en doscientos años. El muchacho tenía apenas diez años y caminaba con tanta propiedad por las aceras de la ciudad. Sintió su corazón arrebatado cuando el chico le dirigió aquella mirada púrpura. Entonces, en silencio, le siguió algunas calles y descubrió el basurero donde vivía aquel ángel caído.
Después de pensarlo en sus sueños, la noche siguiente, salió en busca del niño que solía vagabundear por la ciudad nocturna de asfalto y neón. Entonces, cuando lo encontró, lo envolvió en su abrazo frío y le borró todo rasgo de tristeza y necesidad de la memoria. Lo crió como un hijo mientras su corazón latía hinchado de amor pasional.
Aquel niño, creyó fervientemente en el hombre pálido y de cabello de seda negra. Se entregó a él como si fuera aquel cuerpo milenario un santo en vida. Nunca temió de verle sólo en las noches, nunca dudó de aquel dinero inacabable ni de los sirvientes silenciosos que le criaron. Creció como un chico normal, rodeado de innumerables tesoros sin saber por qué los obtenía. Él no comprendía que había desatado el amor incondicional y tenebroso de un ser marcado por la muerte, guiado por la sed.
Cada noche, aquel increíblemente pálido y hermoso hombre despertaba de su sueño, bajaba de su habitación cerrada con mil candados y cenaba sin cenar con el muchacho que lo esperaba con excitación. Entonces el chico, seducido y sin memoria de nadie más a quien amar, se tiraba a los brazos de su benefactor y le besaba las mejillas heladas. Consciente de la no naturaleza del sujeto, consciente y a la vez ignorante del hombre en verdad.
Salían a recorrer la ciudad tomados del brazo, mientras el antiguo le describía la evolución de la ciudad con precisión de quien ha presenciada cada suceso histórico. El muchacho desconfiaba apenas, pero el amor e impresión que el antiguo causaban en él, arrebataba sus púberes emociones que buscaban con anhelo un poco más de intimidad.
Y antes de desaparecer a los confines de su cuarto, el beso. Un pequeño beso en los labios del muchacho que hacían caer sobre él un sueño imposible de ignorar. Entonces caía rendido a los brazos del mayor, que lo llevaba a su habitación y le robaba un sorbo de juventud, para saciar la pasión, para saciar aquella sed que le inculcaba terroríficas imágenes de muerte y bacanal.
El muchacho despertaba al medio día, con un cansancio extraño, poco habitual, y descubría unas pequeñas costras en su cuello marfilado, demasiado pequeñas, que le escocían. Siempre culpó a algún mosquito, pese a que en su interior comprendía la gravedad de aquellas marcas. Pero el amor, aquel amor apasionado podía más… Entonces cerraba los ojos y seguía durmiendo, soñando con aquel abrazo, con aquel abrazo que lo envolvió como una nube gris que borraría todo lo anterior, y que sería el punto de partida para la vida que terminaría.
Llegó el momento, al fin… Ya es hora.
Pensó el mayor mientras el joven, que cumplía dieciocho años, le esperaba de pie en la terraza vestido con un traje a la medida color gris. Su cabello castaño le caía despreocupado por la frente, a lo que el mayor se adelantó y colocó detrás de las orejas de su amado.
Lo llevó a recorrer el mar, le confesó, entre miradas demasiado profundas para un mortal, lo que escondía aquel corazón que amenazaba con dejar de latir en cualquier momento si no recibía un sorbo de vida roja. Entonces, con un beso demasiado íntimo, le demostró que la sangre tiene un sabor dulce, demasiado dulce para lo que cree la finita humanidad.
El chico se aferró de la espalda del mayor, consciente del abismo que los separaba, un abismo que amenazaba con volverse nada.
Llévame, déjame caer contigo a la mayor oscuridad.
Llegó el momento, al fin… Ya es hora.
Se dijo el mayor mientras comenzaba a perforar la piel del cuello de su preciado joven. Entonces, con pleno consentimiento del ángel caído, dejó llenar su boca de aquel néctar tibio y suculento. Pronto bebió hasta que su corazón se aceleró, y mientras el joven lo miraba con sus iris púrpura desbordados en lágrimas, el mayor mordió su muñeca para darle a beber al joven que le quemaba el alma.
El muchacho aceptó, tan enamorado como turbado de emociones, bebió la sangre que en un principio le pareció de un sabor metálico, para luego transformarse en algo demasiado delicioso, con toques dulces y textura de miel. Se extasiaron tanto el uno del otro, que volvieron corriendo emocionados a la casa que lo vio crecer. Entonces se entregaron, durante la primera noche, el
néctar de la vida una y otra vez.


No lo sé... Me sentía un poco melancólica, un poco lúgubre, y nació esto. Espero no cause ninguna sorpresa, pero me encanta jugar con la sexualidad ambigua.

1 comentario:

Sereg Luin dijo...

Esta bien.. hay que dejar fluir la creatividad en distintos colores, si es lúgubre que fluya y veamos que nos trae... en este caso un texto vampiresco de esos que gustan.. la necesidad profunda no merece discriminación sexual...

Y Nataly gracias por las vibras, el dato para el resfrio no lo probé, pero se agradece... cuidate.. Ed.