Y la vida sigue a un ritmo frenético. Tú, bajo la tierra, descansas con un latido mínimo,
minúsculo, insonoro. Latido hecho para el ritmo del universo, no para las
personas.
Quiero detenerme. Pero la masa de personas que
vienen detrás de mí me empuja. Así que, sigo caminando. Sigo a un paso que
preferiría fuera más lento.
A veces la gente se acuerda de ti. Es ahí cuando se
olvidan de la masa y se detienen ante tus pies. Flores que se marchitan al día
siguiente. Pero tú no estás marchita. Te has vuelto de tierra, hogar de la
semilla, libera la hoja, se forma el tronco, la rama, el fruto, alimento del
ave, vuela al cielo, recorre el mundo.
Que envidia me das… Que has visto los atardeceres de
Venecia y, al mismo tiempo, el amanecer en París.
Algún día yo disfrutaré ese ritmo celestial. Lejos
de religiones, políticas, vicios del hombre. Libre… Tan libre junto a la
tierra.
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