Es el torero más amable de todos. No es tan alto como los
otros, pero su altura radica en otras dimensiones alejadas de las mediciones.
Tiene ojos sinceros, amables. Todo en él desprende un aura
de amabilidad que enternece el corazón de cualquiera.
El torero gana fama haciéndose de la miel de su público.
Se acerca el torero y me pilla precavida. No puedo ser
agresiva con este hombre de estampa tan dulce. Se le achinan los ojitos cuando
sonríe… No puede haber maldad en esa mirada.
La bestia se calma, se muestra mansa. Me tiro a los pies del
torero y acerco mi lomo para que me acaricie.
El torero tiene manos hermosas. Son grandes, de dedos
varoniles, de piel suave y tibia. ¡Si el torero supiera el regocijo que me
provoca su caricia abarcadora…!
Me habla de su viaje, jamás nombra sus pasadas batallas, me
habla desde el alma. Al torero le brillan los ojos.
Sentí el anhelo imperioso de ser un dulce animalillo entre
los dedos del torero. De curarle las
heridas que otras bestias pudieran haberle hecho.
El torero me besa la piel como si depositara pétalos de
flores por el campo. Sus labios se sienten suaves y opulentos, pese a que son
delgados.
El torero me describe como si yo fuera una gacela… Por
momentos le creo, por segundos quisiera salir a demostrarle al mundo lo hermosa
que soy. El torero sonríe tan bonito…
Pronto partirá el torero, mientras esté a mi lado, yo seré
suave y dulce bestia, mansa, inofensiva. A merced de su capricho. Pero el
torero es tan dulce que no hay caprichos en él. No puedo imaginarlo dándole estocadas
a otros toros como yo…
El torero se abraza a mí, yo lo recibo complaciente. Si
tiene sed, le doy de beber de mi boca…
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