domingo, 3 de junio de 2012

22.12 PM


Es el torero más amable de todos. No es tan alto como los otros, pero su altura radica en otras dimensiones alejadas de las mediciones.
Tiene ojos sinceros, amables. Todo en él desprende un aura de amabilidad que enternece el corazón de cualquiera.
El torero gana fama haciéndose de la miel de su público.
Se acerca el torero y me pilla precavida. No puedo ser agresiva con este hombre de estampa tan dulce. Se le achinan los ojitos cuando sonríe… No puede haber maldad en esa mirada.
La bestia se calma, se muestra mansa. Me tiro a los pies del torero y acerco mi lomo para que me acaricie.
El torero tiene manos hermosas. Son grandes, de dedos varoniles, de piel suave y tibia. ¡Si el torero supiera el regocijo que me provoca su caricia abarcadora…!
Me habla de su viaje, jamás nombra sus pasadas batallas, me habla desde el alma. Al torero le brillan los ojos.
Sentí el anhelo imperioso de ser un dulce animalillo entre los dedos del torero.  De curarle las heridas que otras bestias pudieran haberle hecho.
El torero me besa la piel como si depositara pétalos de flores por el campo. Sus labios se sienten suaves y opulentos, pese a que son delgados.
El torero me describe como si yo fuera una gacela… Por momentos le creo, por segundos quisiera salir a demostrarle al mundo lo hermosa que soy. El torero sonríe tan bonito…
Pronto partirá el torero, mientras esté a mi lado, yo seré suave y dulce bestia, mansa, inofensiva. A merced de su capricho. Pero el torero es tan dulce que no hay caprichos en él. No puedo imaginarlo dándole estocadas a otros toros como yo…
El torero se abraza a mí, yo lo recibo complaciente. Si tiene sed, le doy de beber de mi boca…

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