Le dicen La Bonita.
Sonríe y bebe como si tuviera diez años más de los
que posee. La precoz picardía de su mirada provoca ardores incómodos en los
pantalones de los caballeros, y prejuicios envidiosos en las demás damas.
La Bonita se ríe con coquetería, sabe que si deja
caer su cabellera sedosa y castaña hacia atrás, su cuello blanco se lucirá con
gracia de cisne.
Numerosos han sido los que se han atrevido a
invitarla por ahí. La Bonita no tiene dueño, ella se entrega un poco a cada
uno, por eso, no es de nadie. Regala un beso al que le haya abierto la puerta
del auto con caballerosidad, derrite con una caricia al que le haya alagado con
palabras llenas de labia.
Se pasea por las calles como una niña, mientras fuma
un cigarrillo con cara de putita.
A La Bonita no le interesa mucho lo que digan de
ella, para eso tiene un tropel de caballeros que se preocuparán de que no se
ensucie demasiado su nombre. Solo un poco, leves manchas que la hagan más
interesante y no menos dama.
Nunca le falta alcohol y cigarrillos. Siempre hay
manos rápidas que ofrecen el cielo a su paso. La Bonita acepta todo con
sonrisas acarameladas, una caricia por aquí, un leve beso por acá. Nada
demasiado comprometedor. Porque solo el verdadero merecedor podrá algún día saborear
la cereza de su lengua.
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